domingo, 30 de agosto de 2009

La esperaré para siempre


Aquel día parecía que los planetas se habían alineado para sacar de quicio a la chica de los ojos de caramelo.
Para colmo, tuvo que llevar a su hermano al dentista, que se alargó media hora más de lo previsto. Su padre los recogió tarde, y el tráfico colapsaba las calles del centro y sus alrededores, asi que optó por hacer el resto del camino a pie.
Afortunadamente, y a pesar de llegar casi con una hora de retraso, su amiga no estaba enfadada.

Caminaron hasta una heladería, donde se sentaron a tomar el helado de queso con fresas que tanto le gustaba.
Mientras conversaban sobre el chico de las dudas y la sonrisa tonta parecía que sus problemas se iban flotando, como globos de helio perdidos por el cielo.
Esta era la forma en la que ella se olvidaba del mundo.
Realmente su mundo era aquél, el de los globos. Esa era su realidad. Podía seguir esperando el tiempo que fuera, siempre y cuando no le faltaran esos momentos (acompañados de helado, preferiblemente de cheesecake).

Parecía que la tarde empezaba a suavizarse poco a poco.
Iban con tiempo de sobra, llegaron a la parada del autobús y éste se retrasaba demasiado, asique buscaron otra parada.
Aun así tardó 15 minutos más en llegar, y parecía imposible meter a más gente dentro, iba a reventar. Recordaba a los autobuses de Londres, donde la gente iba tan apretada que casi te veías obligado a sentarte encima del conductor.
Iban demasiado tarde, asique tuvieron que subir a esa lata de sardinas repleta de viejos verdes que se aprovechaban de la situación. Pero cuando llegaron al local aún no habían entrado porque faltaba gente, y estaban esperando en la puerta principal.

Entonces, volvió a pasar.
La chica de los ojos de caramelo se dio la vuelta y echó a correr calle arriba, en dirección a la panadería de la esquina.
La otra fue detrás, la alcanzó y le preguntó a dónde iba, recordándole que el concierto estaba a punto de empezar.
Pero ella se detuvo un instante, miró a su amiga, y siguió corriendo, aún más rápido.
Llegó a la panadería. Y entonces se detuvo.

- Sólo quería sentarme aquí un momento...

Fue entonces cuando los vio. Estaban enfrente, unos metros más delante, en una de las mesitas del bar. No la habían visto, todavía... pero ya era tarde para dar media vuelta. Cogió a su amiga de la mano, respiró intentando calmar los nervios, y siguió caminando hacia delante evitando mirar a los lados...
Intentó disimular con todas sus fuerzas, pero al pasar la vieron y la reconocieron enseguida. Escuchó su nombre... ya no había escapatoria.
Se acercó a ellos con una extraña sensación de dolor y felicidad al mismo tiempo.
Fuera de lugar...

Las palabras que lograban salir de su boca no tenían coherencia entre ellas, su mente ya no estaba allí, había viajado atrás en el tiempo. No sabía qué estaba diciendo ni de qué estaban hablando. Pero ella hablaba y hablaba, con una tímida sonrisa parecida a la del chico de las dudas...

Se sentía cómoda e insegura a la vez. Su corazón latía con fuerza mientras su mente intentaba luchar contra las ganas que tenía de seguir allí con ellos.
A la pequeña (ya no tan pequeña) le brillaban los ojos, mientras la contemplaba con admiración y melancolía.
La echaba de menos...
Se los habían arrebatado... Como todo lo demás.

Entonces se excusó diciendo que llevaban prisa, que habían quedado en recoger a otra amiga y llegaban tarde.
Se despidió con una sonrisa, pero en cuanto dobló la esquina se derrumbó y se echó a llorar.
Había sido un golpe bajo, inesperado.
Una situación fuera de lugar que en el pasado había sido exclusivamente su lugar.
No... ¿Dónde estaban las cuerdas?
Ella no era ella cuando salió corriendo sin razón aparente calle arriba. Perdió el control sobre sí misma en cuanto bajó del autobús.
Eso había sido cosa del tío de las marionetas, sin duda.
Y en el concierto pudo confirmarlo.


La esperaré para siempre...


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