domingo, 11 de octubre de 2009

Alicia


-Alicia.

Se detuvo, pero no se dio la vuelta. Permaneció rígida frente a la puerta, de espaldas a él.
Pasaron unos segundos antes de que volviera a hablar.

- No te vayas... - su voz temblaba. Luchaba por traspasar esa Alicia artificial y colarse en la verdadera, aquella que se removía desde dentro pidiendo a gritos otra oportunidad. Pero ella no quería dejarla libre.

Lentamente, alargó el brazo y agarró con fuerza el picaporte.


- Por favor...

No era capaz de volverse para mirarlo a los ojos. Sabía que en el momento en que se encontraran con los suyos no sería capaz de salir de esa habitación.


- ...Alicia.

Dolía.
Quemaba.
Se estaba haciendo insoportable, tenía que salir de ahí. Pensarlo fríamente, lejos de él, que otra vez estaba a punto de derrumbar de un golpe todo lo que había estado construyendo con tanto esfuerzo durante su ausencia.


No podía permitírselo. No. De ninguna manera, era injusto. ¿Por qué siempre tenía que estropearlo? ¿Por qué podía manejar su vida? Cuando por fin todo iba bien, él venía y la descolocaba otra vez y la volvía del revés... siempre.
Y lo odiaba. Lo odiaba a muerte. Odiaba que existiera una persona con poder para conseguirlo. Odiaba tener un punto débil tan fuerte que ni siquiera fuera capaz de disimularlo. La hacía sentir frágil, manipulable, como una absurda marioneta.


- Lo siento...


"¿Cuántas veces lo has sentido? ¿Cuántas más lo vas a sentir?"

El odio y la ansiedad iban aumentando cada vez más. Le costaba respirar... y las lágrimas empezaban a acudir a sus ojos. Definitivamente, aun no estaba preparada para enfrentarlo. No era tan fuerte como pensaba. De hecho, tenía la sensación de que nada había cambiado. Y lo peor de todo, es que sabía que sus palabras eran sinceras. Que esta vez era diferente. Este pensamiento estuvo a punto de vencerla del todo. Pero no quería creerlo. No podía creerlo...


Entonces sintió que se acercaba a ella, y sin pensarlo, giró el picaporte, abrió la puerta y salió de la habitación sin mirar atrás.

Baj
ó rápidamente las escaleras y se dirigió a la puerta de la casa, ignorando las razones que la llevaban de vuelta al piso de arriba.

"Mente en blanco, mente en blanco, mente en blanco..."

En el portal se detuvo ante la gran puerta de acero.
Esa barrera física, real, suponía una interrogación más. Sabía que cuando saliera por esa puerta ya no habría vuelta atrás. No iba a volver.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo.


Se sentó en el suelo, sujetando la cabeza entre sus manos, intentando pensar con claridad.
Realmente estaba haciendo lo que tanto coraje le daba ver en los demás: auto-convencerse, engañarse a sí misma. ¿De qué sirve la razón cuando el corazón sufre?
Pero tenía miedo. Eso es lo que la hacía huir. Mas que el rencor, más que el odio, más que el dolor... Era el miedo.

La única persona capaz de curarlo era la que lo había provocado.

Y estaba justo detrás de ella... esperando esa oportunidad, mientras la observaba con unos ojos que prometían nunca
más dejarla ir.

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